Me resulta tan fácil soñar despierta. Suelo acariciar el inconsciente a intervalos, tan largos como me sean posibles, de modo que acostumbro a divagar entre la realidad y la fantasía, como un ser flotante en el universo onírico de un mundo maravilloso que observo en pijama.
Intento encajar las imágenes que mi mente va pintando en un puzzle gigante que aparece ordenado en el caos, anárquico de luz y libre de interferencias, que me susurra al oído el zumbar de momentos únicos e irrepetibles, descoloridos por la brisa marina de un amanecer de esos que no llevan manecillas de reloj y son indestructibles.
Viajo a través de las aguas palaciegas que hay dentro de una bombilla, me sumerjo en los cielos manchados de carmín y me traslado por una carretera eterna a lomos de un globo. Puedo bajar del tren en marcha y saludar a la gente desde el torreón de un castillo encantado, sin princesas ni reyes, en menos de un segundo y puedo tardar siglos en pasar la página de un libro sin hojas.
Poco me cuesta pasear dentro de una casa abandonada, con las paredes desconchadas, lúgubres, desprovista de muebles pero llena de recuerdos y me veo subiendo escaleras que me llevan al desván para alejarme del suelo que arde en llamas. Tampoco me es difícil dar saltos de roca en roca en medio de un océano de flores, ir de polizón en un cometa o resbalar por el sinuoso trampolín de heladas montañas, en un torbellino de riquezas que no se pueden contar.
Siento como ondula el pavimento, rechinan los guijarros que nunca han sido pisoteados, suenan campanas de alegría en las tormentas y hasta puedo contemplar como los avestruces se ríen viendo el monte Fuji asomar por el balcón.
Todo tiene cabida, todo es posible. Es otra dimensión.
Sin embargo, de noche, embriagada en la oscuridad y arropada por los fantasmas que se esconden en mi cama, la vida real me dispara en la frente y mientras sangro de tristeza, el insomnio viene a despertarme diciéndose mi amigo.
Entonces me levanto.
Aún no ha amanecido y mil estrellas fugaces están jugando al corro para mí.
Me ha encantado Monte. Un besote enorme
ResponderEliminarMe alegro mucho que te haya gustado, Raúl.
EliminarUn besote!!
Muy buen relato Montse, me gusta el ambiente creado, y ese toque onírico que tiene, además sabes llevar muy bien la narración que se hace fresca y ligera, nos llevas con tus palabras a esa dimensión con todos los sentidos.
ResponderEliminarUn besote
:D
Onírico total, ni yo misma sé si lo he escrito soñando o despierta. Me alegra mucho que te haya gustado, Ana.
EliminarMuchos besos.
¡Maravilloso!
ResponderEliminarAntes de marcharme, un consejo:
Cuando el silencio nocturno te engañe con la falsa promesa de un amanecer púrpura, prueba a encerrarlo en el cofre de marfil de la buhardilla de los insomnes. Tú ya sabes cuál es. Y si acaso te perdieras, las tortugas de Quickland te llevarán al lugar donde nadie teme al temor.
Sí, conozco el cofre de marfil y mis amigas las tortugas, esas que andan como yo cargadas con elefantes, así que seguiré tus sabios consejos, que no endiablados, jeje.
EliminarMil besos.
Menda faena eso de no poder dormir y tener que darle vueltas a la cabeza, la verdad. A mí me pasa poco, pero cuando me ocurre me da mucha rabia. En cambio lo de soñar despierto es una maravilla, claro que tiene sus cosas malas: a veces, entre ensoñaciones, se te olvida que estás en el curro y cuando despiertas... ¡qué putada! ¡A trabajar de nuevo!
ResponderEliminarEn el curro no tengo mucho tiempo para soñar y si lo hiciera seguro que serían pesadillas ¡ay, no, quita, quita! me quedo con mi insomnio.
EliminarBesitos.
Vaya....
ResponderEliminarNo sé muy bien como interpretar ese "vaya", supongo que bien :)
EliminarUn beso, Pseudosocióloga.