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29/5/11

Las jirafas de Conrad III



Me alegré de haber aceptado hacer aquel viaje porque fue el más fantástico e increíble de mi vida.


Todo salió a pedir de boca exceptuando mi vestuario, con el que hice el mayor de los ridículos. Unos vaqueros y una camiseta habrían evitado las risas, más de los blancos que de los indígenas, que resultaron ser unos auténticos pasotas que se limitaban a sonreírme mostrando sus blanquísimos dientes. Tanto cine, tanto cine, al final tiene eso, que uno acaba por creer que en África los blancos van de blanco y con sombrero a lo Indiana Jones. ¡Menuda idiotez! Me deshice de él a la primera oportunidad, pero seguí llevando camisa blanca y los pantalones multibolsillos.


El traslado al aeropuerto, el viaje en avión y los posteriores traslados hasta el ferrocarril, en un entramado de combinaciones logísticas y visados, debido al paquete viviente que llevaba y que debía cuidar, desde Madrid hasta Huambo, pasando por el Congo, resultó tal y como Conrad me lo había descrito y con tal precisión que casi me parecía imposible. Llegué a Huambo sin contratiempos y en la fecha prevista.


Las jirafas se habían mostrado inquietas en algún momento, especialmente en los traslados durante los cuales debía tranquilizarlas con unas palmaditas cariñosas, pero en general estaban bien y se habían portado como unas campeonas.


Sin embargo, en cada una de las etapas del viaje fui sufriendo extrañas transformaciones y no solamente por el hecho de haberme deshecho del sombrero, sino más bien por el influjo que África me produjo. Me lo habían contado ¡África es fascinante! pero no es lo mismo que te lo cuenten como experimentarlo en primera persona. Así como en las largas horas de vuelo leí, dormí y comí, aunque no en ese orden ni al mismo tiempo, el contacto con tierra africana despertó mi curiosidad sobre su gente, sus pueblos y especialmente su paisaje cuya belleza no dejaba de asombrarme y al mismo tiempo me producía una paz inmensa difícil de describir.


El viaje en tren, ya adentrándose en tierras angoleñas, fue el que más se quedó grabado en mis retinas por la calidez del color, el calor, el lento transcurrir del tiempo, todo impregnaba y uno se dejaba atrapar. Ahora desolado desierto, ahora una cadena montañosa y luego la salvaje y siempre misteriosa sabana con sus acacias solitarias, todo dejaba intuir el transcurso de la vida en su estado más primitivo.


Escuchar Feirnandes en portugués y por un africano alto y fuerte, que llevaba una camiseta roja con un slogan comercial, me hizo sonreir, absorto como estaba intentando asimilar que Huambo no era el poblado indígena con chozas de caña, guerreros con lanzas y mujeres con los pechos al descubierto que yo había imaginado. Era una población moderna con calles, edificios, parque, hoteles y bares como podría ser cualquier población y como correspondería a la segunda capital del país, que es lo que era, una ciudad tranquila que se llamó Nova Lisboa en tiempos de dominio portugués y que disponía incluso de aeropuerto.


Suba al jeep, senior Feirnandes fue lo que dijo mientras me cogía la bolsa y la colocaba en la parte de atrás del todoterreno que había delante del camión, en el que acabábamos de embarcar a las dos jirafas. ¿A dónde vamos? A la Reserva, fue la respuesta. ¿Y eso queda muy lejos?, pero él, en lugar de decirme los kilómetros o las horas, me contestó: tiempo a cerveja, debió de ver el extraño gesto que le hice, porque añadió : tiempo a Ngola.


Descubrí lo que había querido decir cuando, después de los saludos y la entrega de las jirafas, ya casi de noche, Conrad me ofreció una jarra de cerveza. ¡Ahhh, riquísima! exclamé al primer sorbo. Sentados en el porche de la Reserva, bajo las estrellas y satisfecho como estaba por haberle llevado las jirafas hasta allí, Conrad me explicó que esa cerveza se llamaba Ngola y era de fabricación angoleña mediante avanzada tecnología alemana y elaborada con agua de unos manantiales cercanos a Lubango.


Me sentía feliz, no sé si por la Ngola fría, por el brillo de las estrellas o porque las jirafas de Conrad ya estaban en su hogar, el caso es que me dio por reir. Conrad me miró y dijo : Ferdnandes creo que el calor le ha afectado ¿cómo es que no se ha comprado un sombrero?


Continuará...


* Leer los capítulos anteriores (I) y (II)


5 comentarios:

  1. Bueno, un poco de tranquilidad y no tantos quebraderos de cabeza, nunca viene mal.

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  2. Me dice a mí lo del sombrero y no sé lo que hago jajaja

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  3. Bueno, un poco, pero no mucho, que tiene que venir la acción, jeje...

    Besitos Pixel!!

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  4. ¿Echarte a reír?
    Eso es lo que haría yo!

    Besitos Drea

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  5. Pues brindemos juntas Teresa apartando la espumita!!!
    Espero no meter la pata con el relato, porque yo en África no he estado en mi vida, jeje...

    Besos :D

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