
La euforia que sentí al sentirme libre de nuevo me hizo muy feliz y no dejaba de repetirme la gran suerte que había tenido hasta ahora. Los acontecimientos ocurridos me hicieron volver a reflexionar sobre mi situación y sobre si sería posible llevar a cabo mi misión, la cual había dejado de tener un valor prioritario para mí.
La experiencia que había vivido con los chicos, sobre los que me preguntaba qué habría sido de ellos e imaginaba la tremenda decepción que habrían sufrido al darse cuenta de mi pérdida, me hizo pensar que hacer llegar el contenido del mensaje a la persona a la que iba dirigido no era tarea fácil, por no decir imposible.
Estaba claro que yo no podía hacer nada por encontrar a ese hipotético y desconocido destinatario, así que ¿Qué probabilidades tenía de que él me encontrara? ¿Una entre un millón?
Sin embargo, las probabilidades de ser recogido del agua por cualquier otro ser humano eran mucho mayores, y sería eso lo que ocurriría o por el contrario, me quedaría flotando en el mar el resto de mi existencia, algo inmensamente mejor que permanecer enterrado entre las rocas.
A veces es mejor vivir el presente sin hacer demasiados planes, así que me dispuse a disfrutar de mi reciente libertad y de la silenciosa compañía de mi amiga la botella a la que, al poco tiempo, se le habían desprendido las adherencias de crustáceos que tanto la afeaban y se hallaba tan limpia y reluciente como el primer día.
Una noche súbitamente aparecieron cuatro potentes luces que iluminaron la zona en donde me encontraba. Asustado al no saber de qué se trataba, me mantuve alerta y cuando aquel resplandor dejó de deslumbrarme pude ver que provenían de un pequeño bote con dos hombres a bordo.
En la distancia había otro bote o barca pequeña y cerca de él, un tercer barco más grande.
Me pareció sentir bajo las aguas un banco de peces que formaban un gran alboroto y revoloteaban sin cesar y pensé que probablemente se trataba de un grupo de pesqueros que intentaba capturarlos.
Al cabo de un rato escuché una voz lejana, que dijo:
-Boteroooooo!
Las luces disminuyeron de intensidad, todo quedó en silencio y yo estaba temblando.
La experiencia que había vivido con los chicos, sobre los que me preguntaba qué habría sido de ellos e imaginaba la tremenda decepción que habrían sufrido al darse cuenta de mi pérdida, me hizo pensar que hacer llegar el contenido del mensaje a la persona a la que iba dirigido no era tarea fácil, por no decir imposible.
Estaba claro que yo no podía hacer nada por encontrar a ese hipotético y desconocido destinatario, así que ¿Qué probabilidades tenía de que él me encontrara? ¿Una entre un millón?
Sin embargo, las probabilidades de ser recogido del agua por cualquier otro ser humano eran mucho mayores, y sería eso lo que ocurriría o por el contrario, me quedaría flotando en el mar el resto de mi existencia, algo inmensamente mejor que permanecer enterrado entre las rocas.
A veces es mejor vivir el presente sin hacer demasiados planes, así que me dispuse a disfrutar de mi reciente libertad y de la silenciosa compañía de mi amiga la botella a la que, al poco tiempo, se le habían desprendido las adherencias de crustáceos que tanto la afeaban y se hallaba tan limpia y reluciente como el primer día.
Una noche súbitamente aparecieron cuatro potentes luces que iluminaron la zona en donde me encontraba. Asustado al no saber de qué se trataba, me mantuve alerta y cuando aquel resplandor dejó de deslumbrarme pude ver que provenían de un pequeño bote con dos hombres a bordo.
En la distancia había otro bote o barca pequeña y cerca de él, un tercer barco más grande.
Me pareció sentir bajo las aguas un banco de peces que formaban un gran alboroto y revoloteaban sin cesar y pensé que probablemente se trataba de un grupo de pesqueros que intentaba capturarlos.
Al cabo de un rato escuché una voz lejana, que dijo:
-Boteroooooo!
Las luces disminuyeron de intensidad, todo quedó en silencio y yo estaba temblando.
Continuará...




















