¡Qué chuli!

¡Qué chuli!

¿Y cómo lo hace? ¿Cómo se mantiene?

Yo apenas puedo ponerme en pie, de hecho si suelto mi manita de la mesa me caigo de culo enseguida ¡y menos mal que llevo el pañal!

El otro día me dí un golpe con la mesa en la frente que me hizo mucha pupa. Hice un puchero para que mami me prestara atención y cuando mi miró arranqué a llorar a todo pulmón y entonces ella me cogió en brazos : ¡Ay, pobrecito mi niño! ¿te has hecho daño?. ¡Jolín, pues claro que me hice daño, si hasta me salió un chichón!. Lo único bueno de hacerse pupa es que mami me colma de besos y atenciones.

Dice mami que soy muy pequeñito, pero yo veo al pececito este mucho más pequeño que yo y no se cae, y ni siquiera tiene pies y está metido en el agua y es muy bonito ¡qué chuli!

Me gustaría cogerlo para averiguar cual es su secreto, pero no llego.
¡Ostras, quiero creceeeeer!

¡Qué chuli!

¡Y tiene que estar riquísimo!

Muchísimo más bueno que las porquerías esas que ella me pone en el bol. Ella debe de pensar que están exquisitas pero ni punto de comparación con el sabor de debe tener ese pececillo.

Ummmm... sólo de pensarlo ya me estoy relamiendo.

De buena gana pegaba un salto hasta la mesa y en un zarpazo rápido agarraba a ese pez, pero ella se enfadaría. El día que lo trajo me miró muy seria y me dijo ¡Mini, ni se te ocurra tocarlo!.

Pero es que ella no lo entiende, no lo puede entender.

¿Te imaginas que te ponen delante de los ojos un manjar de lo más exquisito y te dicen que no lo toques? ¡es una crueldad!

¿Y si me lo como, qué me pasaría después? Imagino que me echarían de la casa y entonces ¿qué sería de mí?

Grave dilema tener que decidir si debo seguir con la buena vida que llevo o arriesgarme a probar el sabor que me ofrecería ese pez.

Yo ya no puedo más, al menor descuido ¡me lo como!

¡Qué chuli!
¡Ay que ver cómo me admiran!

Pablito está realmente entusiasmado, sus grandes ojazos van siguiendo todos y cada uno de mis movimientos. Se coge a la mesa para no caerse ¡es tan torpe, el pobre! sólo con el objetivo de mirarme y no perderse el espectáculo.

Mini al contrario, me observa con cara de pena. Yo creo que me envidia porque yo puedo nadar y él tiene miedo al agua o tal vez está triste porque mi color es brillante y mucho más bonito que el suyo. También él se sube a una banqueta y se pasa las horas mirándome.

Yo sé que ambos me admiran y por eso yo hago piruetas y volteretas dentro de mi preciosa pecera mientras observo sus caritas.

Consciente de la gran expectación que despierto en ellos, a veces me sumerjo hasta el fondo para moverme entre las piedrecitas de colores y luego realizo un rápido ascenso hasta casi el borde del agua.

¡Qué chuli es sentirse tan querido y admirado!