Foto de familia

No sé que hago aquí, la verdad, me siento algo confuso.

Ha sido un día de lo más caótico, de esos días que te dejas llevar por los acontecimientos y acabas por quedarte relegado a un segundo plano y, además, ni siquiera te importa lo más mínimo. Es lo que yo llamo un día tonto.

Un amigo te dice que hacen una fiesta y que vayas con él, le dices que no, que no te apetece, que no tienes el día, y él insiste que sí, que vayas, que te animarás, que resultará muy divertido, que hay gente muy interesante. Al final, para que se calle y no te de más la lata, accedes.

La fiesta es una fantasmada y a tu amigo no le vuelves a ver el pelo en toda la noche. La gente, reunida en pequeños grupos, charla de un montón de cosas que tú desconoces o de las que sabes muy poco, o lo que es peor, de las que sabes mucho más de lo que ellos no podrían ni imaginar, pero no tienes ganas de hablar.

Ellas lucen sus mejores atuendos, o eso creen, y se miran las unas a las otras disimuladamente tratando de calcularse la edad. Ellos, hablan de lo que tienen y de lo que no tienen, de los negocios que manejan y de política como si supieran mucho, sin darse cuenta de que están bebiendo más de la cuenta. Ellas se ríen por cualquier cosa, pero no pierden el control. Ellos intercambian sus tarjetas de empresa para controlarlo todo. Ellas revolotean como mariposas de colores y hablan, y hablan, y hablan sin cesar. Ellos se cuentan secretos en voz baja con pícara mirada. Ellas se sienten observadas.

Y en medio de esta confusión me encuentro yo, absorto y distante.

Hace cinco minutos que ya no oigo nada, me fui mentalmente hace un rato, aunque mi cuerpo todavía se mantiene allí y no tengo ganas de quedarme pero sin embargo no hago el más mínimo esfuerzo por dar un paso hacia la salida.

Es entonces cuando un gracioso, que espero no haya sido mi amigo, dice :
-Venga, juntaros todos que vamos a hacer la foto de familia.
¡Oh, nooo!