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11/2/16

Lobos


Fui un imbécil aceptando la apuesta. Me di cuenta en cuanto empezó a oscurecer, pero ya era demasiado tarde para volver atrás.

¡Pasar una noche solo en el bosque! ¿a quién de nosotros se le ocurrió? ¿quién pudo maquinar algo tan horrible? y lo que es peor ¿por qué acepté? Esas y otras muchas preguntas absurdas y sin respuesta me iba haciendo mientras la noche se cernía sobre mi.

Sabía que estaban allí. Sabía que ellos, los lobos, merodeaban y dominaban aquel bosque, al fin y al cabo yo era el intruso que se había atrevido a entrar en su territorio, del que eran dueños y señores. Yo lo sabía y ellos también.

Mi equipo de supervivencia, nunca mejor dicho, se quedó corto para lo que me aguardaba. Agua, comida, un mechero para hacer fuego, un saco de dormir, un chubasquero, una linterna y un machete, eso era todo. Quedó bien claro entre los colegas, que ni móvil, ni sistema de comunicación alguno, cuando, de haberlo sabido, una buena escopeta de cañones recortados habría sido la compañía perfecta.

Lo primero fue buscar el sitio adecuado para asentarme en medio del tupido y algo desnivelado bosque de hayas y robles. Después busqué leña seca para hacer un gran fuego con el que calentarme y ahuyentar ¡hermosa palabra! a los animales indeseables, lo que no fue tarea fácil en un entorno tan húmedo. El robledal se hallaba en su época invernal, un entramado de árboles ya sin hojas, con grietas en la corteza cubiertas de líquenes verdes y grises en donde se amparaban algunos invertebrados y el suelo alfombrado de hojas muertas que formaban un colchón mullido pero demasiado mojado para serme de utilidad.

Cuando finalmente conseguí encender el fuego y acumular suficiente leña para mantenerlo toda la noche, la oscuridad ya se había apoderado de todo y ella y los sonidos me volvieron loco. A lo lejos se oía el silbido del viento que azotaba por entre los troncos de los árboles y las pocas hojas que aún permanecían en sus ramas y el graznido de aves nocturnas desde distintas direcciones, más cercanos y más estremecedores eran los chasquidos, como si ramas u hojas hubieran sido pisadas por algún animal, imaginaba que habría también culebras o serpientes, pero no hacían ruido alguno y frente a mi, el sonido del crepitar del fuego que me iluminaba la cara y después el peor, el de ellos, los lobos, el crujir de hojarasca que los delataba y que oía a mi alrededor, haciéndome saber que estaban observándome a pocos metros.

Hasta que no se había hecho de noche sabía que estaban, incluso los había oído aullar, pero no los había considerado como una gran amenaza, era algo que creía poder superar ¡qué estúpida apuesta! ¡qué tonto he sido! me repetía constantemente. Aquella apuesta, que en su inicio prometía ser una aventura de una sola noche, que luego contaría en el bar con los colegas haciéndome el macho, me había llevado a una situación peligrosa, de la que no podía escapar.

Casi los veía, veía sus sombras a través de las llamas rojas y amarillas, no eran imaginaciones mías, sentía su presencia delante y detrás de mi, cada vez más cerca, casi podía sentir su olor e imaginaba como iban estrechando el cerco con sus ojos inquietantes concentrados en mi, sus fauces abiertas mostrando sus afilados colmillos y la saliva resbalándose entre ellos. Los lobos aguardaban desesperados por morder, esperando esa oportunidad que sólo el fuego detenía. Yo sabía que son animales implacables, fríos y que no tendrían piedad. La idea de acabar mi existencia entre sus colmillos y después convertido en pedazos de carne sanguinolenta esparcida por el bosque me aterraba y tuve miedo, sí, mucho miedo.

Entendí que ellos son lo que son, lobos hambrientos que defienden su terreno y allí estaban, dando vueltas a mi alrededor en espera del momento preciso para lanzarse al ataque. Ese era mi miedo y con él y con los lobos tenía que batallar toda la noche, que prometía ser larga y peligrosa. Machete en mano, me acomodé apoyando la espalda en un tronco para mantenerme despierto hasta el amanecer, no podría bajar la guardia si quería salir vivo de allí y debía procurar mantener también vivo el fuego, él era mi única arma.

Lucharé, lucharé hasta el final, me decía a mi mismo, o acabaré convirtiéndome en uno de ellos.

14 comentarios:

  1. Precioso, mira que aquí dicen que hay muchos y yo que salgo siempre de noche y no los oigo ni aullar. Un beso enorme.

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    1. Pues has de ir con cuidado en esos paseos nocturnos, Lola, pueden darte un buen susto.
      Muchos besinos, guapa.

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  2. Me ha encantado, me parece fabuloso como lo expresas. Un besote

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    1. Pues me alegro mucho que te guste, Raúl!
      Besetes y buen finde :)

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  3. Ahí, manteniendo el suspense, Montse, genial narración, me ha gustado mucho como nos has metido en ese bosque, con la amenaza de esos lobos merodeando, muy bueno.
    Besotes
    :D

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    1. La narración es metafórica, que ando yo en un bosque liada que ya os contaré algún día y me alegro mucho que he hayas adentrado conmigo en el suspense.
      Muchos besos y feliz finde!

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  4. Como te gustan las apuestas, ¿eh Montse? Está muy bien, la verdad. No veo al prota ni siendo devorado ni matando lobos, mira tú.

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    1. ¡Jajaja, Holden, cómo me vas conociendo! Tienes toda la razón, ne gustan las emociones fuertes y el prota está desvariando :)
      Buen finde.

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  5. Enhorabuena Montse por este relato tan bien escrito y con un ritmo tan bueno. He leído mordiéndome las uñas todo el rato, casi sintiendo esa amenaza. En un mundo de lobos o te conviertes en uno o mueres.
    Un abrazo!

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    1. Me encanta que te haya mantenido en tensión, Raquel, pero no te muerdas las uñas ¡por Dios! que no es para tanto. El mundo es una manada de lobos, a veces disfrazados de corderitos, pero lobos al fin y al cabo.
      Un beso grande, guapa.

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  6. Me ha recordado a algún pasaje con hombre y lobos de la novela de Jack London, Colmillo blanco, que leía hace muchos años y tenia este ambiente de proximidad de lobos en una naturaleza hostil.
    Dicen que los lobos no son capaces de atacar al hombre, pero habría que verlos en casos de hambre extrema. Mejor no comprobarlo.
    Me ha gustado mucho, Montse :)
    Un beso

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    1. De esa novela hicieron una película, lo recuerdo, tal vez hay algo de ella en mi relato, algo de eso habrá quedado en mi mente o en una neurona, lo mismo que la sensación de sentirse amenazado por algo o alguien que no puedes controlar. Mejor no probamos.
      Muchos besos.

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