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3/4/14

FOTO-CUENTO : El monje de Güacayán IV

Ermita de Las Nieves (Lanzarote)
- Dicen que el monje se fue a América y allí se hizo muy rico - dijo una de las mujeres del grupo.
- Y que volvió al Monasterio para vengarse - dijo otra mujer.
- ¡No, esa no es la leyenda! - exclamó una tercera.
- Dejen que el chico nos cuente la historia ¡caray! - apuntó un hombre.
- Eso, que lo cuente el guía - manifestó otro.
- Las dos tienen razón y las dos se equivocan - constestó el guía con una sonrisa y prosiguió su relato.

Aquella misma noche que había sido expulsado del Monasterio, el monje volvió a hurtadillas, se llevó todas las semillas de güacayán y una bolsa de monedas que tenía escondidas en la bodega. Con ellas y después de muchas peripecias, se aseguró un pasaje en un barco que zarpaba hacia el Nuevo Mundo.

No tuvo descanso ni sosiego hasta que encontró un pueblecito, con una pequeña comunidad de misioneros, en donde poder hacer una nueva plantación de güacayán, fuera del alcance de las reyertas y contiendas que acontecían por aquellos lares y con el firme propósito de volver al Monasterio algún día.


Restaurante El Chupadero (Lanzarote)
Esa determinación y la ingesta de las primeras cosechas del licor de güacayán, le daban la fuerza suficiente para trabajar sin descanso al tiempo que maquinaba su venganza. Fabricó otro licor, muy semejante al ron, que vendía a los soldados a muy buen precio y luego otro que curaba el mal de amores, y luego otro y así otros muchos hasta que sus arcas de oro eran mayores que sus reservas de aguardiente.

Había tenido la precaución de que su estado personal fuese acorde con el tiempo que transcurría tomando la dosis precisa para no rejuvenecer y llegado el momento, marchó de allí en busca de nuevas fortunas. 


Regresó a Europa años después, joven y con tal fortuna que le llevaron a la corte y allí pudo conseguir el título de Duque de Güacayán, un castillo cerca de su aldea natal, ahora convertida en una población próspera, y el beneplácito real.

El hijo del señor del Condado, que él había conocido de niño ya era un anciano, tan déspota y cruel como su padre y pocos fueron los esfuerzos que tuvo que hacer Don Pedro, que así se hacía llamar el monje, para que le concediera la mano de su nieta, única heredera del señorío que velaba por el Monasterio.

Ya dueño de él, a la repentina muerte del viejo señor, quiso que se construyera un palacete y una capilla para su adorada esposa, sometiendo al nuevo prior del Monasterio a sus exigencias, bajo la promesa de construir después una Catedral, la más grande de los alrededores, de la que sería Obispo. Se destruyó el huerto y se dejó de fabricar licor mientras se hicieron las obras y los monjes se dedicaban en exclusiva a la oración, quedando sin recursos propios, a total merced de Don Pedro.


Casa de L'Ardiaca (Barrio Gótico de Barcelona)

Construído el palacete, Don Pedro, se llevó todos los manuscritos y libros del armarium que devoró en poco tiempo y después, cuando parecía que había olvidado su propósito, cayó presa de la ociosidad y de su mágico licor que lo mantenían en vilo constante. Empezó a dar fiestas grotescas con invitados de las ciudades vecinas, condes y marquesas, damas de dudosa reputación y banqueros especuladores, sucumbiendo a ese mundo de despilfarro y decadencia que jamás antes había experimentado.

Mientras la población, hambrienta y desalentada, empezó a rumorear sobre las orgías del duque opresor, su extraño aspecto acecinado y sobre el árbol raro que había plantado en el jardín del palacete, que recordaba al que un tiempo atrás había sido causa de magia en el Monasterio. El prior, viendo en peligro la subsistencia del Monasterio y ante la depravación de su protector, clamaba al cielo en sus oraciones sin éxito alguno.

El duque de Güacayán desapareció del pueblo dejándolo en la más absoluta miseria, cumpliendo así su venganza y asombrado al ver que día a día se envejecía a una velocidad imparable. No podía creer que su licor de güacayán le estuviera haciendo el efecto contrario y le estuviera convirtiendo en un monstruo.

Continuará...



10 comentarios:

  1. ¡Has vuelto a hacerlo! A esperar otra semana. Parece una mezcla entre Dorian Gray y el Conde de Montecristo.
    Espero ansioso la proxima entrega.

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    1. Vale, vale, lo prometo, la semana que viene acaba :)
      Creo que sí, sin querer, he mezclado ambas novelas ¿será que me gustaron mucho?
      Un beso y feliz domingo.

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  2. Uy, parece que el licor tenía un efecto secundario con el que no contaba, ¿será por qué si no haces las cosas bien la magia se revierte?
    Besos Montse
    ;)

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    1. ¡Ayyyy, lo has pillao!
      Así es, Ana, el licor no tiene magia cuando el monje es malo, jeje. pasa en todas las novelas.
      Besitos, guapa.

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  3. Si ya lo dice Sanidad, el consumo excesivo o ansioso de alcohol no es nada bueno para la salud jjejje

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    1. Ese licor creo que le está afectando al cerebro del monje una barbaridad ¿tendrán razón los de Sanidad? jijiji.
      Mil besos.

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  4. La ventaja de llegar tarde es que después de esta entrega voy corriendo a adentrarme en su final, jaja. ¡No me vas a hacer sufrir esta vez!

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    1. ¡Eres un diablillo muy listo, jaja!!
      Anda, veten a leer el final...
      Besos.

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  5. Pues yo como el diablo pero creo que un pelín más lista porque yo me lo he leído de una vez y sin esperar ;)

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