Otra foto mía ¡esta sin retocar! |
-Me voy- me dijo un día.
-No te creo- le contesté.
-¡Lo digo en serio!- exclamó –No podemos seguir juntas, nos estamos haciendo daño y se lo estamos haciendo a él.
-No me importa ¡yo te necesito!
-¡Estás loca!- dijo riendo.
-Es posible- dije, mientras ella seguía riendo.
Yo tenía una extraña cualidad, la de hacerla reír y ella la de pasar del llanto a la risa y viceversa con asombrosa y desconcertante rapidez. Entre las dos existía una complicidad, un juego lleno de frases rimbombantes, a veces novelescas o sin sentido, en las que nunca sabíamos si estábamos hablando en broma o en serio.
Aquel día, sin embargo, sabia que hablaba en serio. Separarnos fue decisión suya y yo respeté su deseo aunque entonces no lo compartiera, sólo ahora admito, con dolor y tristeza, que fue una acertada decisión. Porque por una vez tenía razón y eso que, en esta triste historia, se suponía que era ella la loca, aunque en aquellos momentos nuestra convivencia había llegado a un punto en el que ninguno de los tres veía con claridad y habíamos dejado de ser cuerdos.
A veces me pregunto si realmente lo meditó o fue un acto impulsivo de esos suyos a los que nos tenía acostumbrados desde siempre.
Los tres vivíamos bajo el mismo techo, pero aquello no era un hogar, era un infierno del que ni siquiera el amor nos podía salvar. Cada uno de nosotros había tomado un camino sin retorno, él sumido en una profunda depresión y yo desesperada, sólo ella permanecía inalterable o eso nos parecía a él y a mí y justamente esa era la causa, en la mayoría de nuestras discusiones, su actitud pasota y despreocupada.
-Es su manera de afrontarlo- le decía a él cuando estábamos solos.
-¡Es una insensible!- me gritaba
-Es sólo una niña.
-Una niña malcriada y estúpida que sólo piensa en divertirse, no quiere estudiar, se pasa el día fuera de casa ¡a saber qué andará haciendo!- y entraba en un llanto contenido, porque no quería que yo le viera llorar, haciendo esfuerzos por ocultarlo -¡es una irresponsable!
Y yo callaba.
Callaba por no decirle que era él el
irresponsable, que hacía tiempo que había dejado de ocuparse de todo, de la
granja y de la casa, que lo veía deambular como un fantasma o quedarse dormido
en el sillón toda la mañana con tal de estar ausente y ocultar su tristeza.
No podía decirle que ella sufría tanto o más que nosotros, que toda su alegría y juventud se quedaba en el umbral de la puerta cuando entraba en casa. Que la había oído llorar por las noches y luego aparecía en mi habitación, se metía en la cama conmigo sin decir nada hasta quedarse dormida ¡ella que nunca paraba de hablar y hablar!
Porque si le contaba todo eso, si le decía que su niña, su dulce niña mimada, dicharachera y ocurrente ya había desaparecido y se había convertido en una mujer que, de la noche a la mañana, se vio arrastrando una pena a la que no sabía hacer frente, aún le haría sufrir más, como tampoco me atrevía a decirle el daño que me causaba ver cómo nos hacíamos añicos.
Pero es que dejamos de ser una familia cuando murió mamá, porque antes, cuando éramos cuatro, éramos una familia feliz.
Fin
jobar, qué triste.
ResponderEliminarLa verdad es que sí, que es muy triste.
EliminarBesitos, Pixel!
Es triste, y aún lo es más el hecho de que existan historias así, de familias que se desestructuraron sin que nadie lograra evitarlo.
ResponderEliminarTú y tus buenas artes para contar historias, Montse :)
Un abrazo
Mis historias son pura invención, pero lamentablemente sí hay historias así y a veces es bueno solidarizarse con aquellas familias que sufren y que no tienen nuestra suerte.
EliminarUn abrazo ¡y buen finde!