Mi amiga Camila me había pedido un favor al que no podía negarme, por mucho que me resultara molesto e incómodo el tener que cuidar de Lara durante unos días.
Que mira que yo no sé cuidar de ningún perro, tú ya lo sabes, le había dicho. No se nada ni de perros, ni de gatos, ni de animal alguno y no es que no me gusten, es, sencillamente que nunca tuve ninguno.
Pero Camila estaba tan ilusionada por irse a Marsella con Jean-Pierre, un hombre encantador con el que había empezado una relación y que, en palabras textuales suyas, podría ser "el amor de su vida" que no quise aguarle la fiesta, y menos cuando soltó su ¡Oh, por fi! poniendo ojos tiernos y esa carita que sólo ella sabe poner cuando quiere conseguir algo. De nada sirvieron mis alegaciones, ni mis quejas, así que le dije que si y ni siquiera me atreví a mencionarle que, según mis cuentas, el francesito en questión era el número siete de los candidatos a tan digno título y que deseaba que fuera merecedor del mismo.
Que mira que yo no sé cuidar de ningún perro, tú ya lo sabes, le había dicho. No se nada ni de perros, ni de gatos, ni de animal alguno y no es que no me gusten, es, sencillamente que nunca tuve ninguno.
Pero Camila estaba tan ilusionada por irse a Marsella con Jean-Pierre, un hombre encantador con el que había empezado una relación y que, en palabras textuales suyas, podría ser "el amor de su vida" que no quise aguarle la fiesta, y menos cuando soltó su ¡Oh, por fi! poniendo ojos tiernos y esa carita que sólo ella sabe poner cuando quiere conseguir algo. De nada sirvieron mis alegaciones, ni mis quejas, así que le dije que si y ni siquiera me atreví a mencionarle que, según mis cuentas, el francesito en questión era el número siete de los candidatos a tan digno título y que deseaba que fuera merecedor del mismo.
Y allí estaba yo, que no se decir que no y menos a una amiga, al cuidado de Lara, una perrita Cocker spaniel de color canela, dulce y traviesa, con unos ojos grandes muy negros de expresión inteligente, con la que había compartido alguna que otra velada pero siempre manteniendo las distancias.
Una vez superado el primer día en donde sentamos las bases de nuestra corta convivencia, después de que me rallara unos cd's que tenía en la mesita del salón, Lara y yo parecía que nos íbamos a llevar bien. Unas cuantas regañinas y cara seria bastaron para ponerla en aviso de quien mandaba en casa, aunque nunca conseguí que dejara de jugar con mis zapatillas dejándolas mojadas con sus lametones.
Lo que peor llevé era salir por la mañana temprano a la calle para que Lara cubriera sus necesidades físicas, porque eso de no poder estar en pijama holgazaneando después del café me tenía de mal cuerpo. Sin embargo, por las tardes era bien distinto, por las tardes nos íbamos al parque, uno enorme y tranquilo que hay justo enfrente de mi casa, en el que es una delicia pasear entre sus arboledas de alcornoques y plataneros.
Y allí fue donde nos conocimos.
Lo ví el primer día y nuestras miradas se cruzaron sin querer en la distancia, antes de que Lara y Athos, el Stabyhond de Luis, llegaran a husmearse como hacen todos los caninos cuando se encuentran. Intercambiamos las frases de rigor : ¡qué bonita es tu perra! ¿cómo se llama? ¡Lara, precioso nombre! o bien ¿Athos? ¡qué gracia, es el nombre de uno de los tres mosqueteros!, vamos lo típico de los que poseen perro, que viene a ser como cuando hablamos del tiempo, al subir al ascensor con otra persona.
Luis me pareció muy atractivo y por lo que pude comprobar en los días sucesivos, inteligente y simpático, dos cualidades más que suficientes para sentirse atraída y así, tarde tras tarde, nos fuimos conociendo en conversaciones que manteníamos, compartiendo gustos por la literatura, el cine o la música, sentados en un viejo banco del parque.
Hasta que me invitó a cenar en la terraza de un pequeño y cercano restaurante, en donde podíamos ir con los perros, aprovechando que el tiempo aún era muy agradable como para estar al aire libre a pesar de que estábamos a principios del otoño.
Mientras pensaba en como se las arreglaban en invierno las personas que tienen perro y me preguntaba como era posible que no hubiera visto nunca a Luis por el barrio tras los tres años que llevaba allí, él ya había pedido el vino y el camarero estaba llenando nuestras copas con el líquido embriagador.
La cena fue sencilla, él estaba encantador, de los perros ya ni me acordaba y yo me sentía como flotando en una nube.
Al acabar la velada, me acompañó a casa. Luis se quedó callado, imagino que esperando a que le invitara a pasar, pero me encontraba tan aturdida y a él lo veía tan inseguro, que me despedí lo más rápido que pude y lo dejé allí, anclado en la puerta con lo que me pareció una estúpida sonrisa.
Cerré la puerta y pensé que la estúpida había sido yo por no haberle dejado pasar, pero después me dije ¡pues no era plan de ponérselo en bandeja, que caray! y después ¿será tímido? y mucho después pensé que quizá él no deseaba pasar, que al fin y al cabo, sólo era una conocida del parque y me sentí tan tonta que me entraron ganas de reir y me acordé de Camila, de "el amor de su vida", de los de la mía y acabé por reprocharme ver flores en terreno baldío.
Cerré la puerta y pensé que la estúpida había sido yo por no haberle dejado pasar, pero después me dije ¡pues no era plan de ponérselo en bandeja, que caray! y después ¿será tímido? y mucho después pensé que quizá él no deseaba pasar, que al fin y al cabo, sólo era una conocida del parque y me sentí tan tonta que me entraron ganas de reir y me acordé de Camila, de "el amor de su vida", de los de la mía y acabé por reprocharme ver flores en terreno baldío.
Convencida de que todo había sido otra de mis absurdas fantasías y con la esperanza de tomar una aptitud del tipo "no ha pasado nada", la tarde siguiente fui al parque, pero Luis no apareció. Lara y yo, tristes y silenciosas, dimos un corto paseo, no sin antes pasar cincuenta veces delante del banco en donde nos solíamos sentar. Ya empezaba a refrescar, parecía que hasta el tiempo estaba tan triste como nosotras dos, así que nos volvimos a casa temprano a pasar nuestra última noche juntas. Camila volvía al día siguiente y me parecía increíble que Lara y yo en unos pocos días nos hubiéramos hecho tan inseparables y ahora sentía tener que separarme de ella, igual que sentía haber perdido a Luis.
¿Cómo te ha ido con Lara?, me preguntó ¿Y a tí, cómo te ha ido con Jean-Pierre? le pregunté.
Me explicó una historia casi tan increíble como mi aventura en el parque, con la diferencia de que la suya había sido todo un éxito. Lloramos, reímos, nos consolamos, nos abrazamos y nos quedamos dormidas en el sofá, con Lara a nuestros pies, que seguía lamiendo mis sucias zapatillas.
Me explicó una historia casi tan increíble como mi aventura en el parque, con la diferencia de que la suya había sido todo un éxito. Lloramos, reímos, nos consolamos, nos abrazamos y nos quedamos dormidas en el sofá, con Lara a nuestros pies, que seguía lamiendo mis sucias zapatillas.
Me despertó el timbre de la puerta. Era Luis. Me dijo que la tarde anterior había ido al parque más tarde que de costumbre por problemas de trabajo y se había encontrado "nuestro" banco desierto y se marchó muy triste y como no nos habíamos dado el móvil ¡qué idiotez!, venía a verme para que supiera que no había faltado a nuestra cita y que quería que nos siguiéramos viendo porque estaba coladito por mí.
¡ Genial!
ResponderEliminarQuédate con Luis y devuélveme a Ricardito.
Es un estupendo relato y mantiene la intriga hasta el final. Me gusta muchísismo.
Un abrazo
Vale, vale, que no se decir que no a una amiga...
ResponderEliminarpero que sepas que Luis es muchísimo más guapo que Ricardito, jiji..
Besitos, Aquí!!
Te habrás comprado un perro, ¿no, Montse?
ResponderEliminarYo después de leer tu historia, ya estoy eligiendo raza.
Un beso fuerte,
Uy qué chulada de historia! Si al final me van a empezar a gustar las historias románticas. Espero que tenga continuación, me está encantando desde ya. Besitos.
ResponderEliminarJaja, Alice, no me he comprado un perro, pero me han dado ganas, así podría ir al parque...
ResponderEliminarBesitos, guapa.
Drea sí que es raro que escriba en plan romanticón jaja!!
ResponderEliminarNo el lo mío y el relato se queda así, más que nada porque ya tiene un final feliz ¿no?
Besissssss
¡Guau, qué historia!
ResponderEliminarLo de los perros es un mundo. Y sus dueños, otro mundillo. Entrañable relato, Montse.
Javier y todos dentro de un gran mundo que gira y gira, jaja...
ResponderEliminarGracias.
Besitos.
Con tanto desamor que últimamente pulula por mi alrededor, esta historia parece una fantasía.
ResponderEliminarNo me hagas caso, Montse, estoy de nuevo en mi extremo tan característico.