A la mañana siguiente, durante el desayuno, Conrad me dijo que si podía ayudar a su hija Elma en las tareas de reconocimiento de los animales de la reserva. ¡Vaya con el alemán, no había hecho más que llegar y ya me ponía a trabajar!.
No me enfadé, más bien al contrario, estaba interesado o podría decir, para ser exactos, que sentía curiosidad en conocer aquello más de cerca y hacerlo acompañado de una fémina era más de lo que podía desear.
Elma no tardó en aparecer a la mesa de la terraza. No me sorprendió que fuera el vivo retrato de su padre, una joven alta con ojos muy claros, de aspecto frágil pero fuerte. Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta de caballo, y me saludó con un apretón de manos y una bonita sonrisa. Verla desayunar, devorándolo todo como una niña pequeña y glotona, me tranquilizó ¡al menos ella no sería tan rematadamente eficiente como Conrad!
La Reserva era en realidad un pequeño conjunto agrupado de cuatro estancias en hilera, tres viviendas y un laboratorio, alzadas sobre maderas del terreno árido y polvoriento, formando un porche y bajo un tejado común. Más allá se encontraba otra dependencia, algo más grande, lugar que se utilizaba de almacén, en donde Màrio, el chico que me trajo en jeep, ya se encontraba preparando los sacos de hierbas y unas cubetas con trozos de carne ensangrentada que las moscas apenas dejaban al descubierto.
El resto, era poco más, jaulas y espacios vallados, algunas juntos y otros separados entre sí, supongo que para evitar enfrentamientos entre los distintos animales que las ocupaban. La mayoría de las jaulas se encontraban vacías, mientras que los cercados estaban casi todos ocupados y también podían verse algunos animales sueltos por el recinto.
Me gustaría ver a mis amigas de cuello alto, le dije a Elma. Ella, mostrándome el dossier que llevaba consigo y erróneamente a lo que yo había pensado ¡por Dios, era como Conrad, eficiente hasta la médula!, me contestó: No, Toni, primero hemos de atender a los que tenemos que hacer las curas, las jirafas están bien, ya las veremos para el final.
Lo único que me hizo feliz es que no me llamó Fernández con ningún acento estrafalario.
Era un trabajo duro, pero ella lo ejecutaba con la misma precisión alemana que lo haría su padre, rápida y eficientemente. Todo controlado, iba diciendo, cuando después de entrar en la jaula de los tigres, acariciarlos, llenarles los recipientes de agua y mirar la pata de uno de ellos que al parecer tenía lastimada. Le daremos una última inyección a las 16 horas y con esto ya será suficiente, le dijo a Màrio, que nos acompañaba. Anótalo en la ficha, Toni, me dijo, alargándome el dossier. ¡Caray con la carita de niña, cómo mandaba!, menos mal que la tarea era sencilla que si no, y la ficha de datos, si no fuera porque era fotocopia de fotocopia de un original hecho a mano, era para enmarcarla. ¡Todo controlado!, le respondí sonriente.
Después del tigre, vino el rinoceronte negro. Es más pequeño que el blanco y tiene el labio inferior en forma de pico, me comentaba Elma mientras nos acercábamos a su jaula como si yo entendiera mucho de rinocerontes. ¿Más pequeño? ¡pero si era enorme, debía pesar una tonelada!. Para hacerme el gracioso, le pregunté. Exactamente 1.300 kilos ¡tienes buen ojo!. Intenté contener la risa y seguir escuchándola. Cuando lo encontramos apenas pesaba una tonelada, estaba muy débil porque había perdido mucha sangre a causa del disparo de unos cazadores furtivos; es joven, ahora se está recuperando y pronto volverá a la sabana.
¿No está prohibida la caza por aquí?. Sí, me contestó, y más esta especie que está seriamente amenazada. El rinoceronte negro africano fue presa de cazadores y exploradores durante años ¡un lindo trofeo que exhibir a la vuelta del safari! exclamó enfadada, que costó la vida a miles y miles de ejemplares. En los años 60 se prohibió su caza y la venta de sus cuernos, pero aún hoy existen cazadores furtivos a pesar de los esfuerzos de los programas de protección de la fauna africana.
Dentro de aquella bióloga y veterinaria metódica, se escondía una joven de gran corazón y sensibilidad. Sus ojos azules reflejaban el amor que sentía por aquella tierra, por los seres que la habitaban y ponía sus conocimientos y todo su tesón a su servicio.
¡Esa no es mi jirafa! ¿no estará en peligro con esos dos ciervos a su lado? grité al ver una jirafa cerca de dos grandes ciervos musculosos y con unos cuernos afilados. Ella se echó a reir ¡Jajaja, no son ciervos, son alces!! y la jirafa es un bebé que recogí ayer, las tuyas están más atrás. ¿Un alce, y eso qué es?. Ya te lo contaré durante la cena, me dijo, aún tenemos que ver a un avestruz que tiene muy mal genio.
¡Y ya estaba mandando!
Continuará...
La verdad es que a todos los cuidadores que he visto acaban desarrollando un amor tan intenso por los animales que casi se les olvida que es un trabajo. Es su vida!
ResponderEliminarmmm,interesante la compañía femenina :p
ResponderEliminarDrea las personas que aman a los animales ya lo llevan desde niños, como dices, es más que un trabajo ¡y qué bien trabajar en aquello que amas!
ResponderEliminarBesitos.
Pixel se va poniendo interesante...
ResponderEliminarBesitos.
Teresa, en las cosas del querer nunca se sabe...
ResponderEliminarBesitos, guapa.