Me quedaré aquí sentado.
El circo acaba de partir, y después de recoger cambalaches y carpas, prosigue su camino en una peregrinación interminable, pero sin mí. Yo ya estoy muy viejo y cansado para seguirle y me han dejado aquí, despojado de mis atuendos y preparado para acabar mis días en un zoológico.
Viviré de los recuerdos.
El circo ha sido mi vida durante muchos años, mejor dicho, durante todos mis años, porque nací en él. Mi madre llevó el mismo collar que ahora acaban de sacarme del cuello y que tras su muerte heredé, de manos de nuestro cuidador, el viejo Oswaldo. Vi una lágrima en sus ojos y supe de su afecto, algo que comprendí mucho después, cuando él murió, pero yo no pude derramar ninguna ¡y es que los osos no sabemos llorar!
He ido vagando, lo mismo que antes había hecho mi madre, de pueblo en pueblo, de punta a punta del país, con la misma canción y el mismo baile, con ese collar y un sombrerillo de colores en la cabeza que ahora está tan raído y mustio como yo.
Llegábamos a un pueblo formando una larga comitiva de carromatos engalanados, con un estruendo de música y alegría, en un desfile multicolor que payasos, malabaristas y zancudos presidían.
Eramos recibidos con entusiasmo mientras el director anunciaba el horario de las funciones y contaba las maravillas que podrían verse entre las aclamaciones de los habitantes del lugar que esperaban año tras año nuestra llegada.
Yo, caminaba siguiendo a Romie, mi cuidador, hijo de Oswaldo y de tanto en tanto, me alzaba sobre las dos patas traseras para ponerme en pie y danzar girando sobre mí mismo. Tiraba el sombrerillo al suelo con un movimiento de cabeza que Romie me obligaba a recoger con la pata para volvérmelo a colocar en la cabeza. Era una escena ensayada de antemano, una comedia, pero siempre despertaba la admiración del público. ¡Era mi momento de gloria! ¡la de vítores y aplausos que he recibido!
Los niños, lo miraban todo con las bocas abiertas y los ojillos brillantes por la emoción. Los más atrevidos se acercaban intentando ver a los leones que se paseaban dentro de sus jaulas o a los elefantes que caminaban un poco más atrás. Eran los animales que más les gustaban, pero sus madres, temerosas, los apartaban rápidamente. Incluso a mí en ocasiones algún chiquillo había intentado acariciarme. Nosotros, los animales, vivíamos esos momentos casi con la misma emoción que ellos.
Para los más pequeños, los payasos eran las auténticas estrellas del espectáculo. Con sus alegres indumentarias y sus caras pintadas, se mostraban cariñosos y cercanos, lanzando globos y golosinas a su paso y acaparando la atención de niños y mayores. Los padres, les hacían fotografías a sus hijos, abrazados y sonriendo junto a ellos, fotografías que seguramente guardaron en un cajón y que el tiempo han dejado en el olvido.
El tiempo también ha dejado atrás la magia de ese circo ambulante de antes, ya quedan muy pocos y los pocos que quedan ya no pueden llevar según que animales con ellos. Parques temáticos y zoológicos, safaris y acuadivers e incluso el cine con sus películas tridimensionales, lo han dejado en un segundo plano.
Viviré de los recuerdos.
¡Qué buena esta foto! Una amiga mía la utiliza en varios de sus emails. Y cómo te ha despertado la imaginación, ¡fantástico! Besos
ResponderEliminarcomo tú bien dices qué recuerdos!!
ResponderEliminarjaja... qué buena foto has elegido. A mí me parece un oso bonachón esperando que le sirvan la merienda antes de entrar al circo para realizar su función.
ResponderEliminarNostálgico texto este de la jubilación. Así me he sentido yo.
Besitos
Pues tu amiga tiene buen gusto, Elvira, a mí también me gusta mucho esta foto y me ha inspirado mucho para el texto, de hecho lo he redactado gracias a ella.
ResponderEliminarBesitos!!
¡Ay, los recuerdos! Pixel, tengo muy buenos recuerdos de aquellos circos ambulantes y las ferias con casetas de tiro al blanco y algodón de azúcar ¡qué bonita es la infancia!
ResponderEliminarBesitos.
Mercedes a mí me parece cansado y algo triste, pero ¿jubilada, tú?, pero si eres muy joven todavía ¡aún quedan muchas cosas por hacer y muchas más por decir!
ResponderEliminarBesitos, poeta incansable.
Tengo buenos recuerdos del circo Montse, y ahora me han venido otra vez a la memoria al leer tu relato que me ha parecido muy tierno y emotivo.
ResponderEliminarHabía un terreno cerca de casa y cada año se instalaba el Circo Continental, con sus payasos y los tigres con el famoso domador Taras Bulba... qué años tan maravillosos, creo que tenía entre 9 y 12 años. Luego hicieron en el solar un edificio de 17 plantas y yo fui creciendo, pero eso ya es otra historia.
Me sigue gustando el circo, y me encanta y visito cuando viene el CIRCO RALUY... hace dos años lo vi en La Garriga, es una maravilla y con mucho glamour...
Me ha gustado la entrada, gracias
Petons
Pues sí, amiga, ya me ven incapaz para seguir trabajando. C'est la vie!!!!
ResponderEliminarBesitos mañaneros
Vivir de recuerdos cuando se llega a la madurez me parece en parte interesante, en el sentido de asumir el estadío evolutivo y dedicarse a recapitular, saborear, descansar. Pero eso sí, sólo recuerdos agradables!! Creo que esa es, independientemente de la edad, la clave.
ResponderEliminarMontse qué original te ha quedado el texto. Es verdad que los animales, para los ñiños de hoy que lo tienen todo y que son de jueguecitos virtuales... pues que han quedado un poco en un segundo plano, pero cuando les descubren... no hay video-juegos que se les resista!!
ResponderEliminarUn abrazo!
Fandestéphane qué bonitos recuerdos tienes!, gracias por compartirlos.
ResponderEliminarEl circo me gustaba de pequeña, de muy pequeña, luego ya no y eran los trapecistas los que más me gustaban. Tan sólo volví a ver un circo, años después, cuando llevé a mi hija en algunas ocasiones y ahora hace muchísimo que no he visto ninguno.
¡Es un espectáculo lleno de una magia especial!
Un beso muy grande.
O sea, Mercedes que te han adelantado la jubilación, vaya, vaya!
ResponderEliminarEspero que sea lo que sea que te impide trabajar no sea grave ¡me has desjado "descolocá!
Mil besos ^_^
¿Me estás llamando vieja?, jajaja (es broma)
ResponderEliminarDrea que yo no vivo de los recuerdos, bueno un poco sí, y es curioso pero sólo recuerdo las cosas buenas.
Dicen que la memoria es selectiva y que aquellas cosas que nos hicieron mucho daño se recuerdan en su conexto global pero no con los detalles. No sé que hay de cieto en esa afirmación, pero yo, desde luego, y siguiendo tus palabras, prefiero recordar aquello que ma he hecho feliz.
Un beso, preciosa ^_^
Gracias, Ricardo, desde luego los niños por mucho que vean animalillos en 3d o en el cine seguirán sintiéndose cautivados al ver uno de verdad, de carne y hueso, delante mismo de ellos.
ResponderEliminarUn beso.
Ay Montse para nada! No se me ocurrió que fuese en primera persona, creí que de verdad era el oso el que hablaba! No me refería a ti, imaginaba a alguien de unos 80 años!!
ResponderEliminarEntrañable homenaje al mundo del circo. Felicidades por el texto, Montse.
ResponderEliminarUn beso.
¡Huy, si ya lo sé, Drea!, lo decía por hacer broma, jajaja....
ResponderEliminar^_^ Jajaja!!
Hola, Teresa!
ResponderEliminarDe pequeña sí me gustaba el circo, luego ya no, pero en mi recuerdo siempre quedó esa senssación de magia y espectáculo universal.
Un besito enorrrrrme!!
¡Huy, muchas gracias, Kine!
ResponderEliminarSiempre tan amable y cariñoso...
Un beso.