Foto: rocas en La Fosca (Palamós)
Contra todo pronóstico y casi como un milagro, la botella y yo dimos contra las rocas pero no sufrimos daño alguno. Más que un impacto violento fue un choque sin consecuencias, que nos depositó a las dos en una cavidad formada por dos pequeñas rocas, cercanas a la costa, en donde permanecimos a salvo toda la noche, hasta que pasó la tormenta.
Por la mañana, al bajar la marea, y a pesar de estar totalmente sumergidos en el agua, advertí que no estábamos demasiado lejos de la costa. Los rayos del sol se filtraban a través del agua iluminando el cristal con sus destellos. Las olas, que iban y venían constantemente, impactaban contra las rocas, podía escuchar su sonido y sentir la corriente que creaban en su vaivén. Tal vez pronto nos asomaríamos a la superficie para proseguir nuestro viaje, bastaba con esperar a que el oleaje fuera lo suficientemente impetuoso como para sacarnos de aquel lugar y arrastranos a la costa o bien adentrarnos de nuevo a mar abierto.
Es curioso como lo que en un principio nos parace maravilloso, con el paso del tiempo se convierte en algo habitual, dejamos de darle importancia, no valoramos el privilegio que se nos ha otorgado y ya nada nos parece ni tan extraordinario ni tan maravilloso.
La alegría de habernos salvado de una muerte segura, no duró mucho, ya que pronto descubrí, con el paso de los días, de que nos hallábamos anclados en aquella oquedad, a salvo sí, pero sin posibilidades de sobrevivir. Mi amiga, iba hundiéndose lenta e irremediablemente en la arena y ni siquiera las tormentas que se sucedieron, que fueron varias, conseguían sacarnos de allí.
Una sensación de impotencia y desesperación se apoderaba de mí, pero se desvanecía en cada tempestad en el también desesperado intento de albergar alguna esperanza. Luego volvía a aparecer y volvía a remitir. Mi desolación iba y venía lo mismo que las olas.
Me acostumbré. Ya que no estaba en mis manos que saliéramos de aquella situación, empezé a relajarme, hundiéndome en mis recuerdos y diviertiéndome con los peces que venían a curiosear alrededor de nuestro pequeño refugio o con los crustáceos que se habían quedado pegados a la única parte de la botella que áun quedaba fuera de la arena.
Era la única manera de no sentirme tan solo.
Continuará...
Qué interesante, ¿saldrá no?, yo quiero que salga
ResponderEliminarLo cuentas de una manera que parece que lo viese fotograma por fotograma... sigue!!
ResponderEliminarSaldrá, Pixel, saldrá... que no pienso dejar mi mensaje ahí por los siglos de los siglos, jeje.
ResponderEliminarBesos gordos para tí!
Teresa, preciosa, veo que has captado el mensaje dentro del mensaje.
ResponderEliminar¡se me olvidó poner aquello de continuará!, ahora mismo lo coloco.
Besitos llenos de esperanza ^_^
Drea, me gusta lo que has dicho, muchas gracias por ese bonito piropo.
ResponderEliminarBesos, preciosa!!
A mí me pasa como a Drea. :-) Besos intrigados
ResponderEliminarPues muchas gracias, Elvira. ¡Cómo se nota que Drea y tú sois mis amigas!!!
ResponderEliminarUn besote ^_^
Me alegra saber que continúa. Pues nada, Montse, permanecemos atentos a esta pequeña odisea de tu mensaje. Se mantiene la intriga...
ResponderEliminarBesos.
Pues a mi me gusta que se alargue la intriga y dure y dure y dure... jajaja
ResponderEliminarPero el final tiene que ser impactante, inesperado... continúa asi Montse, con esa buena expresión del tema y el argumento.
Un petó
Hola Motse!... nos dejas con muchas ganas de saber más de esta historia naútica. Enhorabuena, porque me gusta mucho cómo te expresas y nos haces llegar... toda la emoción.
ResponderEliminarSaludos!
Ricardo, me alegro que te guste la historia e ir siguiéndola, a este paso lo que era un pequeño relato va a ser una novela de intriga,jajajaja...
ResponderEliminarUn beso!