Clara se mudó con su
madre a una vieja casa en las afueras del pueblo. Una tarde, mientras exploraba
el ático, encontró una caja cubierta de polvo que contenía varios juguetes viejos,
entre los que destacaba una muñeca que le pareció hermosa, aunque algo
inquietante. Tenía cara de porcelana, cabellos dorados agrietados y
descoloridos, ojos azules que parecían seguirla con la mirada y llevaba un
vestido con cuello de puntilla, que en su día debió de ser blanco.
Se la llevó a su habitación y la
colocó sobre una repisa de la ventana frente a su cama. Al tocarla, sintió un escalofrío que le
recorrió la columna vertebral.
A medianoche, el sonido
del viento la despertó, pero no era el viento, era un susurro, como si alguien
hablara muy cerca de su oído y la llamara. Abrió los ojos y
nada, solo vio la luna entrando por la ventana y la muñeca, que ahora estaba en
su escritorio mirándola fijamente.
A la noche
siguiente, el susurro volvió, un poco más claro y le pareció oir:
-Juega conmigo
-Juega conmigo
La muñeca permanecía en su escritorio, donde la había dejado, pero estaba segura que se
había movido porque ahora tenía la cabeza girada hacia su cama. Asustada, tapó
su cabeza con la sábana para no oir su “Juega conmigo” de nuevo.
Y así noche
tras noche. Al final Clara se animó a contarle a su madre lo que ocurría cada noche y como la muñeca cambiaba de lugar, pero esta se rió.
-Seguramente la
moviste tú misma- le dijo.
Los días pasaron y mientras Clara trataba de convencerse de que su madre tenia razón y tal vez era ella la que cambiaba a la muñeca de lugar cada noche, a pesar de que cada
vez aparecía más y más cerca llegando a encontrarla sentada sobre su almohada,
mirando hacia ella y con una leve sonrisa que se iba dibujando en las
sonrosadas mejillas de porcelana, dejando atrás aquella mirada triste y fría que tenía el primer día.
Decidida a probar que no estaba loca, esa noche puso la muñeca
dentro del armario,
cerró con llave y escondió la llave bajo la almohada. A medianoche, un golpe
seco la despertó. Luego, un suave ruido metálico, como si alguien abriera una cerradura.
La puerta del armario se abrió lentamente.
El miedo la paralizó al ver a la muñeca de pie en el umbral diciéndole:
-No me encierres nunca.
La puerta del armario se abrió lentamente.
El miedo la paralizó al ver a la muñeca de pie en el umbral diciéndole:
-No me encierres nunca.
Clara no
despertó. Al día siguiente su madre encontró su cuerpo en la cama, inmóvil,
con los ojos abiertos y vacíos. La muñeca estaba en el escritorio otra vez, con
la misma mirada perturbadora y azul, solo que ahora se la veía sonriente y en el cristal de
sus ojos, podía verse el reflejo de
Clara, atrapada, gritando en silencio.




